IÑAKI CANO
Consiguió eclipsar con su impresionante sonrisa, la luminosa, todopoderosa y sonriente estrella de su hermano Paquito Fernández Ochoa. Blanca consiguió, a base de trabajo y mucha constancia, separarse de la alargada y protectora sombra del ídolo español del deporte blanco. Mientras Paquito ‘mandaba’ en el corazón de los aficionados del deporte por haber sido el primero en ganar una medalla en unos Juegos de invierno, su hermana pequeña peleaba, aún sintiéndose orgullosa de pertenecer a la familia, por dejar de ser la hermana pequeña del ganador de Sapporo.
Lo consiguió a base de mostrarse siempre muy cercana y ser siempre solidaria con los más necesitados. Ahora que estaba ‘escondida’ para el gran público y para los ‘amigos’, le hubiera venido muy bien que todos le hubiéramos devuelto un poco más de ese cariño que ella nos dio y que olvidamos devolverle porque ya quizás no fue tan popular.
A Blanca la conocí mucho más a fondo cuando se metió en el mundo del golf. Cuando el esquí ya la había abandonado, en el golf se reencontró con una felicidad que descubrió, cómo no, bajo la protección y asesoramiento de Paquito y alguno de sus hermanos que también le daban al deporte de la bolita.
A Blanca Fernández Ochoa el golf le devolvió esas ganas por seguir luchando en solitario como hacía con el esquí. Encontró el cariño que le habíamos negado cuando dejó de ser reconocida como pionera. Cuando entre todos ya no la veíamos como precursora de un deporte minoritario y sí como estrella de ‘realities’ televisados. A ella le molestaba que este país la hubiera olvidado tan pronto, pero siempre nos lo hizo saber con una amplia sonrisa.
Una sonrisa que poco a poco se le fue borrando porque entre todos la fuimos apartando de nuestro álbum de ídolos. Se lo agradecimos poco. La quisimos bastante menos de lo que ella nos quiso a todos. Su sonrisa siempre nos iluminaba en las entregas de premios y, sin embargo, no la premiamos con el mismo respeto que ella mostró a España.
Por ese abandono quiero pedirle disculpas y prometerla, aunque de nada le sirva ya, que intentaré de ahora en adelante no despegarme de los que con su esfuerzo en algún momento me hicieron felices y que ahora no se por donde están.
Lo siento, querida Blanca. Espero y deseo que descanses en paz y que tu eterna sonrisa ilumine los lugares celestiales a los que vas, tanto como nos alumbraste los terrenales que ahora se oscurecerán sin tu presencia.