En un enclave bucólico, entre el Mediterráneo y la sierra de Almenara y en torno a la desembocadura del río Guadiaro, el empresario Joseph McMicking decidió construir en la década de los sesenta un espectacular campo de golf. No tardaron en levantarse alrededor las primeras casas y poco a poco fueron desembarcando algunas de las familias más nobles y adineradas de Europa. Medio siglo después, Sotogrande posee un área de veinte kilómetros cuadrados, nueve canchas de polo, cinco campos de golf y más de dos mil amarres repartidos en la marina y el puerto deportivo.